lunes, 14 de septiembre de 2020

ANECDOTA DE LOS MAPUCHES EN MEDANO BLANCO


Che Tangazo todas las noches se quedaba largo rato mirando al cielo y le había agarrado tortícolis en el pescuezo de ver en los últimos días el ingreso de varias naves en el océano. Lo que más  le llamó la atención fue hace tres días ver un grupo de cuatro aeronaves alineados en una fila donde el refulgir duro casi una hora.

Le pregunté si los había fotografiado, pues a toda hora andaba con su cámara fotográfica colgada al cuello.

 Dijo que si, hasta con una cámara infrarroja y otra digital, pero al revelarla no entendía que fenómeno se producía pues no se veía nada.

Lo miré dudoso.

- No habrás cometido algún error y las sacaste en contraluz encandilando el lente de la cámara.

 Exhaló y dijo

- No cometí ningún error. Era de noche y salvo en el amanecer o en el ocaso jamás en otro momento del día tienes el sol en el mar.

 

     Una vez que arribamos al lugar donde debimos girar para internarnos al continente, la arena nos tragó sin esfuerzos, el aspecto metafórico de los médanos inducía mil pensamientos dispares, solemnes, sobrios, desconocidos... eran grandes con forma de media luna, el más bajo de los cuales tendría sesenta metros de altura y el más alto ciento ochenta. El avance se hizo lento y difícil. A través de ese terreno, el movimiento simple en línea recta era imposible. A una velocidad de un kilómetro y medio por hora, avanzábamos  rodeando los profundos hoyos de arenas crujientes con que tropezábamos constantemente a nuestro paso. Los afilados bordes de las crestas y estrías de arena cedían bajo nuestros pies, salpicando la dorada arena suelta lejos de nosotros. Luchamos con gran fervor, médano tras médano, cada paso se hizo odioso y uno se agitaba y temblaba a causa del agotamiento. Sentados esperamos alguna señal.

Quieres que te cuente una leyenda, me dijo Che Tangazo mientras estaba a su costado tirado boca arriba. La leyenda, presta atención especialmente vos   te interesara escucharla, siempre hablaste de las incursiones de los indios pampas por esta zona. Es un relato de un viejo poblador de la estancia el Moro de Lobería.

Te contare la historia de Isondu, quien fue rey de los indios Mapuche hace mucho, muchísimo tiempo.

De acuerdo a lo que me contó Don Zoilo, Isondu fue un rey siniestro, el más siniestro que las tierras de Neuquen conocieron. Era temerario y belicoso. Construyó muchas armas de guerra: arcos, lanzas, boleadoras, etc, y cuando no estaba guerreando contra sus vecinos organizaba expediciones y malones de saqueos a Chile y la pampa de buenos aires.

Ahora bien, el curandero de los mapuches en ese momento era Okondu. Afirmaba que era descendiente del gran curandero Xiofo, y por ello exigía absoluto respecto a su persona y a los grandes conocimientos curativos que poseía. Aborrecía los actos agresivos de Isondu y le aconsejaba que condujera a su pueblo a una vida apacible, que la tierra que habitaban era muy noble, que vivieran de los cultivos y crianza de animales. Señalaba que los actos de Isondu despertarían la cólera de los dioses.

Esta oposición irritó a Isondu, que imputó ocasionales derrotas a su curandero, pues decía que no llamaba a los dioses a su favor.

Cuando regresaba de un fracasado ataque, depositó su poncho en una fuente, y lanceo a un perro negro. Cuando Okondu se quejo de su comportamiento, lo amenazó de correr la misma suerte.

La conducta del rey desagradaba al curandero. Además ocupaba su tiempo libre en diversiones y todo tipo de depravaciones. Disponía de un centenar de mujeres y los festines por su borrachera se prolongaban por días y semanas.

Por aquellos tiempos se acercaba la semana de festejar el comienzo del año nuevo, que se lleva a cabo el 21 de junio. Como preparación Isondu exigió contribuciones muy elevadas al pueblo Mapuche. Ordenó le trajesen grandes contingentes de guerreros y hasta que los jefes menores se presentaran ante él durante las celebraciones.

Bien, esta orden provocó gran enojo en la población, Okondu y sus curanderos, en lugar de calmar el enojo, estimularon a rezongar más a la población.

Cuando Isondu lo supo, resolvió librarse de una vez del curandero. Su intención era matar a Okondu. Contaba con el apoyo de Lunoku, un segundo curandero que esperaba ocupar el lugar de primer curandero.

Isondu busco excusas para matar a Okondu, pero el curandero era muy anciano, su conducta siempre intachable y el pueblo lo quería. En definitiva encontró el motivo para matarlo.

En una ocasión ordenó que le trajesen algunas gaviotas de las montañas. La gaviota es un ave acuática y rara vez aparece en la zona cordillerana. Como la carne no era comestible y las plumas no lucían como adornos, sin duda todos se asombraron del pedido de Isondu, pero los gobernantes de la época tal cual ocurre hoy aun, rara vez explicaban sus actos.

Cuando el grupo estaba por partir Isondu dijo: Quiero que las aves provengan sólo de la cordillera. No acepto ninguna que venga del mar.

El jefe del grupo de cazadores sabía que la gaviota era un ave de mar y se sintió sorprendido. Miró al curandero que estaba cerca y le preguntó. ¿Es posible hallarla en la cordillera?

El curandero respondió: estas aves no están en la cordillera deberán tender las trampas junto al mar.

Isondu se alteró terriblemente y preguntó al curandero: ¿Osas desafiar mis órdenes? ¡Ordenó a los cazadores que vaya a la cordillera y tú los envías a que tiendan sus trampas junto al mar! ¡Qué bonito!

El curandero respondió: pido al rey que recuerde que yo no imparto órdenes.

¡Pero te atreviste a interferir con las mías! Escucha curandero de morondanga. Mis hombres irán a la cordillera a buscar las aves que yo solicite. Si las encuentran, ordenaré que te ajusticien, por ser falso hechicero y mentiroso con el pueblo.

Okondu tenía presente que las palabras del rey representaban la muerte para él y la destrucción de su familia. Expreso en voz alta una maldición. Como los dioses los desean debo someterme a esta prueba, pero ya que todo esto es una patraña cuidado con la mano que me apalee, con los ojos que presencien el crimen y con la tierra que beba mi sangre.

A esta altura, con los ojos bien abiertos estábamos muy atento a su historia, saqué un termo de una mochila y bebí un poco de agua. El Che tomó un gran sorbo, aclaro su voz y continúo el relato...

A los siete días de haber partido y por la mañana muy temprano regresaron los cazadores, trayendo en las alforjas de sus caballos un gran número de aves. El perverso rey riéndose señaló las aves y dijo al curandero: todas estas aves fueron atrapadas en la cordillera. Por lo tanto, te condenó a morir como falso hechicero, como hombre que se separó de los dioses y como engañador y timador del pueblo.

El curandero se adueñó con sus manos una de las aves y declaró sabiamente: Estas aves no provienen de la cordillera. Aún tienen el olor del mar.

Pero los cazadores afirmaron enérgicamente que las aves habían sido atrapadas en las regiones altas y el rey de declaró que ante la honorable palabra de estos hombres demostraba que el curandero mentía.

Sabiéndose condenado y que los cazadores habían recibido orden de mentir, decidió demostrar al pueblo que tenía razón. Pidió permiso para abrir tres de las aves. De muy mala gana el rey mapuche lo autorizó.

El curandero abrió los buches de las tres aves y todos estaban llenos de cornalitos, unos peces pequeños. De modo que exclamó: ¡Estos son mis testigos! Y mostró a diestra y siniestra los buches abiertos a todos los presentes.

Enloquecido, Isondu se apoderó de una lanza, y la hundió ferozmente en el corazón de Okondu, asesinándolo al instante. Un grito surgió de los que presenciaron el crimen pues la violencia contra el curandero era inconcebible. Pero el rey ni se inmuto. Entregó a su asistente el arma ensangrentada y se alejo caminando.

Llamó a Lunoku, el curandero ayudante y le ordenó que exterminara a toda la familia y quemara la casa de Okondu. Orgulloso cumplió las órdenes del rey y después se dirigió al pie de la cordillera donde estaba la entrada de una cueva, con el cuerpo del sumo curandero. Cuando se aproximaba a la entrada, la cruz de madera que indicaba la santidad del lugar cayó al suelo. En el interior la cueva comenzó a temblar, brotaron gemidos de las imágenes pintadas de los dioses mapuches, y el altar cayó al suelo, y se produjo una abertura de la cual brotaron fuego y humo. Dejó el cuerpo y huyo temblando de miedo.

Lo que contó a la gente suscitó escaso temor. Aun sucediendo hechos inéditos como un temblar leve pero constante; del norte venia un viento cálido y sofocante; se oían extraños sonidos e incluso gotas de sangre caían de las nubes. Para colmo los ríos y los lagos se estaban secando.

El rey en un tono más moderado reconoció haber irritado a los dioses con la muerte de Okondu. El pueblo desesperado por la sequía que se acercaba hizo sacrificios humanos logrando calmar el temblor, los ruidos y las gotas de sangre. Pero la sequía continuó y el sufrimiento general se acentuó día tras día.

Después de que todos los esfuerzos para suspender la temida maldición fracasaron, y viendo que su reino quedaba casi despoblado por el éxodo, Isondu con unos pocos de sus fieles a Neuquen. Pero la sequía lo siguió allí. Dondequiera que iba, el agua dulce se hundían en la tierra y las nubes no producían lluvia. Viajaba de lugar en lugar llevando consigo la sed. Durante cinco años que erró, y en el curso de los viajes desoló todo lo que tocó.

Finalmente Isondu murió de sed y hambre tal cual la maldición. Sus huesos dejados al sol y desde entonces se oye el famoso dicho: se pudren al sol los huesos de Isondu.

Los mapuches nombraron un nuevo rey que estableció un gobierno prudente y ya terminada la maldición comenzó a llover para el bien de su gente.

         Le pregunté:

         -  ¿Pero aquí sigue esa maldición  Che?

-  No.- fue su  respuesta- Pero no entiendo a que se debe t



u pregunta.

-  Es que aquí es todo árido y seco, son médanos de arena y nunca llueve.

-  Pero lo que te conté ocurrió cerca de la cordillera y ellos venían a este lugar sólo en verano en busca de armonizar sus energías.

Ah.- respondí saliendo de mi asombro. Igualmente las increibles y sangrientas expediciones de Alsina y Roca extendieron la república hasta alcanzó hasta Los Andes y Magallanes. Los indios se fueron al lado chileno.