Che Tangazo todas las noches se quedaba largo rato mirando al cielo y le había agarrado tortícolis en el pescuezo de ver en los últimos días el ingreso de varias naves en el océano. Lo que más le llamó la atención fue hace tres días ver un grupo de cuatro aeronaves alineados en una fila donde el refulgir duro casi una hora.
Le pregunté si
los había fotografiado, pues a toda hora andaba con su cámara fotográfica
colgada al cuello.
Dijo que si, hasta con una cámara infrarroja y
otra digital, pero al revelarla no entendía que fenómeno se producía pues no se
veía nada.
Lo miré dudoso.
- No habrás
cometido algún error y las sacaste en contraluz encandilando el lente de la
cámara.
Exhaló y dijo
- No cometí
ningún error. Era de noche y salvo en el amanecer o en el ocaso jamás en otro
momento del día tienes el sol en el mar.
Una vez que arribamos al lugar donde
debimos girar para internarnos al continente, la arena nos tragó sin esfuerzos,
el aspecto metafórico de los médanos inducía mil pensamientos dispares, solemnes,
sobrios, desconocidos... eran grandes con forma de media luna, el más bajo de
los cuales tendría sesenta metros de altura y el más alto ciento ochenta. El
avance se hizo lento y difícil. A través de ese terreno, el movimiento simple
en línea recta era imposible. A una velocidad de un kilómetro y medio por hora,
avanzábamos rodeando los profundos hoyos
de arenas crujientes con que tropezábamos constantemente a nuestro paso. Los
afilados bordes de las crestas y estrías de arena cedían bajo nuestros pies, salpicando
la dorada arena suelta lejos de nosotros. Luchamos con gran fervor, médano tras
médano, cada paso se hizo odioso y uno se agitaba y temblaba a causa del
agotamiento. Sentados esperamos alguna señal.
Quieres que te
cuente una leyenda, me dijo Che Tangazo mientras estaba a su costado tirado
boca arriba. La leyenda, presta atención especialmente vos te
interesara escucharla, siempre hablaste de las incursiones de los indios pampas
por esta zona. Es un relato de un viejo poblador de la estancia el Moro de
Lobería.
Te contare la
historia de Isondu, quien fue rey de los indios Mapuche hace mucho, muchísimo
tiempo.
De acuerdo a lo
que me contó Don Zoilo, Isondu fue un rey siniestro, el más siniestro que las
tierras de Neuquen conocieron. Era temerario y belicoso. Construyó muchas armas
de guerra: arcos, lanzas, boleadoras, etc, y cuando no estaba guerreando contra
sus vecinos organizaba expediciones y malones de saqueos a Chile y la pampa de
buenos aires.
Ahora bien, el
curandero de los mapuches en ese momento era Okondu. Afirmaba que era
descendiente del gran curandero Xiofo, y por ello exigía absoluto respecto a su
persona y a los grandes conocimientos curativos que poseía. Aborrecía los actos
agresivos de Isondu y le aconsejaba que condujera a su pueblo a una vida
apacible, que la tierra que habitaban era muy noble, que vivieran de los
cultivos y crianza de animales. Señalaba que los actos de Isondu despertarían
la cólera de los dioses.
Esta oposición
irritó a Isondu, que imputó ocasionales derrotas a su curandero, pues decía que
no llamaba a los dioses a su favor.
Cuando
regresaba de un fracasado ataque, depositó su poncho en una fuente, y lanceo a
un perro negro. Cuando Okondu se quejo de su comportamiento, lo amenazó de
correr la misma suerte.
La conducta del
rey desagradaba al curandero. Además ocupaba su tiempo libre en diversiones y
todo tipo de depravaciones. Disponía de un centenar de mujeres y los festines
por su borrachera se prolongaban por días y semanas.
Por aquellos
tiempos se acercaba la semana de festejar el comienzo del año nuevo, que se
lleva a cabo el 21 de junio. Como preparación Isondu exigió contribuciones muy
elevadas al pueblo Mapuche. Ordenó le trajesen grandes contingentes de
guerreros y hasta que los jefes menores se presentaran ante él durante las
celebraciones.
Bien, esta
orden provocó gran enojo en la población, Okondu y sus curanderos, en lugar de
calmar el enojo, estimularon a rezongar más a la población.
Cuando Isondu
lo supo, resolvió librarse de una vez del curandero. Su intención era matar a
Okondu. Contaba con el apoyo de Lunoku, un segundo curandero que esperaba
ocupar el lugar de primer curandero.
Isondu busco
excusas para matar a Okondu, pero el curandero era muy anciano, su conducta
siempre intachable y el pueblo lo quería. En definitiva encontró el motivo para
matarlo.
En una ocasión
ordenó que le trajesen algunas gaviotas de las montañas. La gaviota es un ave
acuática y rara vez aparece en la zona cordillerana. Como la carne no era
comestible y las plumas no lucían como adornos, sin duda todos se asombraron
del pedido de Isondu, pero los gobernantes de la época tal cual ocurre hoy aun,
rara vez explicaban sus actos.
Cuando el grupo
estaba por partir Isondu dijo: Quiero que las aves provengan sólo de la
cordillera. No acepto ninguna que venga del mar.
El jefe del
grupo de cazadores sabía que la gaviota era un ave de mar y se sintió
sorprendido. Miró al curandero que estaba cerca y le preguntó. ¿Es posible
hallarla en la cordillera?
El curandero
respondió: estas aves no están en la cordillera deberán tender las trampas
junto al mar.
Isondu se
alteró terriblemente y preguntó al curandero: ¿Osas desafiar mis órdenes?
¡Ordenó a los cazadores que vaya a la cordillera y tú los envías a que tiendan
sus trampas junto al mar! ¡Qué bonito!
El curandero
respondió: pido al rey que recuerde que yo no imparto órdenes.
¡Pero te
atreviste a interferir con las mías! Escucha curandero de morondanga. Mis
hombres irán a la cordillera a buscar las aves que yo solicite. Si las
encuentran, ordenaré que te ajusticien, por ser falso hechicero y mentiroso con
el pueblo.
Okondu tenía
presente que las palabras del rey representaban la muerte para él y la
destrucción de su familia. Expreso en voz alta una maldición. Como los dioses
los desean debo someterme a esta prueba, pero ya que todo esto es una patraña
cuidado con la mano que me apalee, con los ojos que presencien el crimen y con
la tierra que beba mi sangre.
A esta altura,
con los ojos bien abiertos estábamos muy atento a su historia, saqué un termo
de una mochila y bebí un poco de agua. El Che tomó un gran sorbo, aclaro su voz
y continúo el relato...
A los siete
días de haber partido y por la mañana muy temprano regresaron los cazadores,
trayendo en las alforjas de sus caballos un gran número de aves. El perverso
rey riéndose señaló las aves y dijo al curandero: todas estas aves fueron
atrapadas en la cordillera. Por lo tanto, te condenó a morir como falso
hechicero, como hombre que se separó de los dioses y como engañador y timador
del pueblo.
El curandero se
adueñó con sus manos una de las aves y declaró sabiamente: Estas aves no
provienen de la cordillera. Aún tienen el olor del mar.
Pero los
cazadores afirmaron enérgicamente que las aves habían sido atrapadas en las
regiones altas y el rey de declaró que ante la honorable palabra de estos
hombres demostraba que el curandero mentía.
Sabiéndose
condenado y que los cazadores habían recibido orden de mentir, decidió
demostrar al pueblo que tenía razón. Pidió permiso para abrir tres de las aves.
De muy mala gana el rey mapuche lo autorizó.
El curandero
abrió los buches de las tres aves y todos estaban llenos de cornalitos, unos
peces pequeños. De modo que exclamó: ¡Estos son mis testigos! Y mostró a
diestra y siniestra los buches abiertos a todos los presentes.
Enloquecido,
Isondu se apoderó de una lanza, y la hundió ferozmente en el corazón de Okondu,
asesinándolo al instante. Un grito surgió de los que presenciaron el crimen
pues la violencia contra el curandero era inconcebible. Pero el rey ni se
inmuto. Entregó a su asistente el arma ensangrentada y se alejo caminando.
Llamó a Lunoku,
el curandero ayudante y le ordenó que exterminara a toda la familia y quemara
la casa de Okondu. Orgulloso cumplió las órdenes del rey y después se dirigió
al pie de la cordillera donde estaba la entrada de una cueva, con el cuerpo del
sumo curandero. Cuando se aproximaba a la entrada, la cruz de madera que
indicaba la santidad del lugar cayó al suelo. En el interior la cueva comenzó a
temblar, brotaron gemidos de las imágenes pintadas de los dioses mapuches, y el
altar cayó al suelo, y se produjo una abertura de la cual brotaron fuego y
humo. Dejó el cuerpo y huyo temblando de miedo.
Lo que contó a
la gente suscitó escaso temor. Aun sucediendo hechos inéditos como un temblar
leve pero constante; del norte venia un viento cálido y sofocante; se oían
extraños sonidos e incluso gotas de sangre caían de las nubes. Para colmo los
ríos y los lagos se estaban secando.
El rey en un
tono más moderado reconoció haber irritado a los dioses con la muerte de
Okondu. El pueblo desesperado por la sequía que se acercaba hizo sacrificios
humanos logrando calmar el temblor, los ruidos y las gotas de sangre. Pero la
sequía continuó y el sufrimiento general se acentuó día tras día.
Después de que
todos los esfuerzos para suspender la temida maldición fracasaron, y viendo que
su reino quedaba casi despoblado por el éxodo, Isondu con unos pocos de sus
fieles a Neuquen. Pero la sequía lo siguió allí. Dondequiera que iba, el agua
dulce se hundían en la tierra y las nubes no producían lluvia. Viajaba de lugar
en lugar llevando consigo la sed. Durante cinco años que erró, y en el curso de
los viajes desoló todo lo que tocó.
Finalmente
Isondu murió de sed y hambre tal cual la maldición. Sus huesos dejados al sol y
desde entonces se oye el famoso dicho: se pudren al sol los huesos de Isondu.
Los mapuches
nombraron un nuevo rey que estableció un gobierno prudente y ya terminada la
maldición comenzó a llover para el bien de su gente.
Le pregunté:
-
¿Pero aquí sigue esa maldición Che?
- No.- fue su respuesta- Pero no entiendo a que se debe t
u pregunta.
- Es que aquí es todo árido y seco, son médanos
de arena y nunca llueve.
- Pero lo que te conté ocurrió cerca de la
cordillera y ellos venían a este lugar sólo en verano en busca de armonizar sus
energías.
Ah.- respondí
saliendo de mi asombro. Igualmente las increibles y sangrientas expediciones de Alsina y Roca
extendieron la república hasta alcanzó hasta Los Andes y Magallanes. Los indios
se fueron al lado chileno.