La
Bestia
Imaginen dejar Guatemala al desamparo nocturno de una balsa
derivando el Suchiate, esconderse entre basurales y vegetación, mendigar comida
callejera y esperar el comienzo de la pesadilla: llegar a Ciudad Juárez. Cinco
mil kilómetros de vías entre paisajes cultivados y matorrales, selvas
tropicales, montañas desérticas, pueblos sin ley y metrópolis mexicanas;
poblarán de fantasmas el borde de los Estados Unidos.
Imaginen viajar en grupos y quedarse inevitablemente solos.
Madrugadas de alambrados, galpones desvencijados, dormitar sobre taludes y
esperar el paso hermético del carguero. Correr. Buscar una tolva con chatarra y
agarre seguro. El silo cementero con salientes enrejadas. Un vagón donde
guarecerse; darse ánimo mientras suena algún disparo. La noche y el tren
empiezan a rodar. El primero que llega al vagón trepa y ayuda. Aferrarse como
sea. Equilibristas del aire titubeamos sobre el techo resbaloso donde
encontraremos consuelo entre desconocidos. No estamos solos, pero estamos en
viaje. El que oficia de pasamanos grita buscando respuestas allá abajo, alguien
tropezó bajo el estrépito de la marcha.
Imaginen un paisaje que cambia todos los días. Sentados,
acostados, abarrotados. Una muchedumbre congestiona la planchada de la columna.
Cientos. Corre la voz de un descarrilamiento mortal camino a Veracruz.
Abrazarse ante una frenada brusca, una marea de desahuciados grita sobre un
puente siniestro en Tamaulipas. Semanas de hambre, calores sofocantes y frío
nocturno. Tormentas repentinas empaparán de velocidad a la luna, sequías
extremas desgarrarán la piel, andrajos de ropa balbuceando un
plato de comida. Maltrechos y sonrientes con el hermano que al instante ya no
estará.
Imaginen
extremar precauciones y advertencias. Mujeres sin auxilio posible. Un joven
conocerá a su padre en Detroit. Madres hondureñas buscan restos disecados en el
infierno de Sonora; y el Centro de Rehabilitación Buen Pastor rebalsa
mutilados. En toda su extensión el sistema ferroviario es una fábrica de hacer
mendigos. Un ejército marginal rogando otra noche sin pillajes, la
incertidumbre del nuevo día. Desconfiar es el lema que une pero también separa.
Lo poco que se tiene es mucho para el que no tiene. Un centavo, una tortilla de
maíz, un número telefónico del familiar que espera cruzando el río Bravo; son
botines preciados. Está prohibido dormir durante la vigilancia ante tanta
zozobra. Salir del territorio Mara, ingresar la región de los Zetas, escapar de
pandilleros en Nogales, y dicen que Nueva Laredo será sangrienta. Mientras
tanto, lo peor de cada día: retenes de policías reclamando su tajada.
Imaginen accidentes, robos, violaciones, secuestros, extorciones y
matanzas. Cárceles, hospitales, refugios de lisiados, establecimientos
mentales, fosas comunes y tumbas sin nombre.
Imaginen otra bifurcación, un nuevo ramal. Cambiar de líneas,
correr detrás de aquella formación, esperar por otra y volver a empezar.
Imaginen desaparecer. Que nadie los vea pasar montados sobre la
esperanza del migrante.
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