Y VOLVÍ DE NUEVO
Y volví de nuevo, como
siempre
desde hace tanto
tiempo,
a la estación de
nuestro encuentro por noviembre,
gélido,con su
grisalla, vendavales y granizo
y un cielo disfrazado
de fantasma bondadoso
que no da miedo ni a
un niño asustadizo
Nos vimos primero en
la cantina.
Nos miramos y volví
los ojos al libro
de Víctor Hugo, mi
amor de aquellos días.
Después en el tren,
sentados frente a frente,
yo miraba la estampa
triste y bella del paisaje mojado por la lluvia.
Tú me bebías el
rostro. No quiero saber tu nombre,
severo y hosco,
dijiste. Te llamaré Frimaire. Frimaria. Escarcha.
Yo a ti, repliqué burlona, Nada, Nadie. Risueño
me enviaste un beso
con la punta de los
dedos que llegaron a mi boca
estremecida por esas
diez caricias con alas.
El tren de cercanías
se detuvo.
En el bar del apeadero
sentí su mano en la mía.
Una venda de silencio
nos unió.
Pero,
desesperadamente, gritábamos
Tequieronomeolvidesnosamamossepararnosesuncrimen
noseremosasesinosdelincuentesdesteamorreciénnacido.
De regreso al tren,
tras un café y cigarrillos,
callados, dejamos
hablar a las pupilas dilatadas
por el miedo al
terrible adiós ya tan cercano.
Y hundidos en el pozo
del silencio llegamos.
Entonces nos dijimos
que nuestro amor no moriría
a pesar de las
madrugadas frías, de la tristeza
de las tardes de la
primavera pálida,
de las nieve del
invierno y las hogueras del verano,
y nunca jamás
bajaríamos de nuestro tren trotón y alegre
y siempre iríamos en
él, sin despedidas.
Sin tocarnos y muy
heridos, nos separamos.
Una mujer te gritó:
Alberto, Alberto, y me apuñaló
con tu nombre. Ya no eras
Nadie ni Nada.
Ni yo Brumaire,
Brumaria, Escarcha.
Y corriste a su encuentro. Y vuestros besos
y el largo abrazo
congelaron mis labios y me mataron.
Pero luego me buscó tu
mirada. No aparté la mía
de zombi, muerta
viva ni sequé las lágrimas de rabia y
cobardía
por no gritarte:
Espérame, maldito amor mío.
Es noviembre y volví
a la estación de nuestro encuentro,
museo hoy del
Ferrocarril, amado por los niños y los
viejos
y subí a un tren
dormido y jubilado a leer como siempre
los versos que me hacían llorar recordando a
Nada, Nadie,
Ulises que cruzó mi vida aunque no fui su jamás su
Penélope.
SEUDONIMO : de
Penélope no
Autora Carmen Gómez Ojea
España
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