- Cualquier problema, lo buscamos en
la sala de Bingo, "jefe".
El médico clínico naturista quien le compraba discos compactos de música
clásica le dijo que estaba totalmente recuperado y la psiquiatra que también le
compraba películas aducía que nunca estuvo enfermo (mentalmente). Eso si, como
entre sus otros pequeños libertinajes, estaba el de ingerir vino tinto en
excesiva cantidad, le aconsejó que deje el vino en forma gradual, hasta llegar
a una cantidad aceptable para que su organismo no se intoxique. Pero él, ha
sido más radical aún: no beberá ni una sola gota de ese oscuro y perverso
brebaje, y según había propagado a los cuatro vientos no lo hará nunca más.
Será un completo abstemio. Se lo prometió a su primo Eduardo con la condición
de que le sacara de encima a Luisito y a Santiago, (jugadores compulsos que
venían todos los días a la hora de cierre y a veces no se sabía cuál era cual)
y que no se publicará nada referente a su vida de jugador en la revista
Sudestor.
A propósito, la revista literaria
Sudestor del mes de noviembre estaba al salir y le alcanzó a Paco varios
cuentos que bajó del blogs poética.com.ar Sabía que no estaba bien lo que hizo,
porque no se debe publicar algo sin la aprobación de su autor, pero no sabía cómo,
ni tenía tiempo para ubicarlos y eran de lo mejor que había en la red. En la
sección biografías, pocos eran los que ponían su nombre y apellido real. No
sería un plagio, pero sería conveniente en una revista colocar el nombre
verdadero que un simple seudónimo. De cualquier manera era una revista
intelectual de tendencia anarquista y alcance nacional distribuida solamente en
todos los kioscos de diarios de Argentina aunque podían participar autores de
todo el mundo. Parece que estaba en período de impresión. No preguntaba mucho,
porque le decían que no tenía derecho a hacerlo al no figurar en el staff de
colaboradores.
Igualmente Paco, que es inferior a él, cuidaba que no se enterara de
nada y Jorge después que le hizo la corrección de estilo de su novela lo miraba
de costado y teniendo una visión egoísta no le perdonaba el haber publicitado
en el diario Clarín, y no haber cooperado con ellos, comprando un gran espacio
de publicidad en la revista para publicitar la novela “El día amaneció gris”.
Su primo, a pesar de todo, lo apreciaba, aunque él a veces pensaba que
era por la promesa que le hizo a su madre, antes de morir y además se daba
cuenta que estaba muy solo y trataba de acercarlo al grupo de la revista pero
Mario Marcelo por todo lo que le ocultaba Paco se negaba a hacerlo.
Realmente librado ahora de esas adicciones le sobraba bastante tiempo,
todos los días se iba a caminar y hacer gimnasia al parque de Lomas de Zamora,
con la ilusión de mejorar su estado físico, deteriorado en estos últimos cinco
años de vida sedentaria. Una mañana antes de cruzar el puente del Arroyo del
Rey camino que conducía a la pista de ciclismo reconoció a Pedro el profesor de
gimnasia, quien no pudo disimular una amplia sonrisa cuando lo vio y lo saludó
acercándose rápido, diciendo:
--UD. tiene un cuerpo especial para el trabajo físico—y agregó,--pero antes
debería que hacerse un pequeño chequeo médico y así sabrá a que atenerse.
Le recomendó la clínica "Cureta" propiedad de un amigo, en dos
mañanas que debió concurrir en ayunas le hicieron todo tipo de análisis,
radiografías, tomografías, resonancias magnéticas y otros estudios. La tercera
mañana le dieron el resultado y según los expertos parecía no ser muy
satisfactorio:
Sistema Óseo: Osteoporosis artritis, artrosis.
Aparato respiratorio: Asma,
tabaquismo crónico.
Aparato cardiovascular: Hipertensión,
colesterol.
Sistema nervioso: Irracionalidad
continua.
Aparato digestivo: acidez gástrica.
Lo raro es que él se sentía muy bien, continuaba caminando bastante tiempo en
sus secciones de parque Lomas. Le parecía extraño todo eso, no es que
desconfiara, pero esos dos estafadores le querían sacar dinero. Pues cuando
recibió los resultados el profesor y el médico primero cuchichearon y luego
poniendo cara adusta, dijeron que no se hacían responsables por su vida e
insistieron en que se acomodara en una silla de ruedas y lo acompañaron a la
salida.
Pensaba que con tanto chequeo físico el profesor de gimnasia no iba a conseguir
muchos clientes.
Pasados unos quince días, esa mañana, cansado de la gente, con el rostro serio
y la sangre alborotada, y una ansiedad brutal de hacer cosas. Lo mejor fue ir
nuevamente al parque Lomas a caminar para relajarse y pensar, pues no podía ser
cualquier cosa, tenía que ser algo trascendente, algo que dejara su marca, por
los siglos de los siglos. A veces pensaba lo difícil moverse en este mundo y
había nacido en el tiempo equivocado. Era un hombre de la Iglesia Apostólica
Romana, vaticanista, diría más un hombre nacido en la época del Renacimiento.
Y ahora estaba aliviando su peso (había perdido un kilo novecientos gramos), a
veces iba trotando y otras caminando, cruzó el puente del Arroyo de Rey y entró
a la pista de ciclismo, en el medio existían dos canchas de fútbol grandes. Se
detuvo un rato a mirar un partido. Eran unos muchachones de unos diecisiete
años, el equipo de la derecha tenía una camiseta naranja con una v azulada en
su frente, el de la izquierda una completamente roja. Los muchachos estaban
entusiasmados jugando y en el fragor del juego se produjo una discusión si
había falta desleal a un jugador. Buscaron una persona neutral, miraron para
todos lados y lo encontraron. Sí era el único espectador.
- Maestro ¿fue falta? -le preguntaron varios de ellos
Lavándose las manos como Poncio Pilatos, respondió:
- Estaba muy lejos y no pude ver bien, mejor den un pique y listo - (fallo
salomónico, indispensable para ser un buen arbitro). Raro, se pusieron de
acuerdo y le hicieron caso, ahí fue cuando lo invitaron:
- ¿No quiere arbitrar? –Inspiraban confianza, así que no pudo negarse.-
-. Es que sólo soy un simple
aficionado.
- Será fácil, ni protestaremos, es
para ordenarnos.
- Bueno, pero con una condición
dirigiré si hay un silbato, no me voy a desgañitar gritando.
Le consiguieron el silbato. Todo iba perfecto, nadie protestaba por sus fallos
y tampoco había demasiado roce, cuando alguno caía, otro del equipo contrario
extendía su mano para levantarlo, no había mala intención. Su siga, siga…era
algo normal, no dándole trascendencia a los pequeños toques o empujones.
De pronto el arquero del equipo rojo
dice:
- Miren llegó Yanina y sus cuatro
amigas.
Yanina era una joven bastante prometedora y sus amigas tendrían la misma
edad de los muchachos, parecían sus compañeras de división en la escuela. Se
pararon el lugar exacto para ser vistas de todos lados, la mitad del campo de
juego, cerca de la línea de cal, y empezaron a bailar y a alentar tal cual las
porristas, la seducción era mostrar las piernas y alentarlos con un canto:
“Dale ro…dale ro…dale…ro,
te vinimos a ver otra vez,
te alentamos con el corazón,
te queremos ver campeón…”
Los del rojo al ver a Yanina y sus
amigas mover acompasadamente sus piernas pusieron un entusiasmo increíble. En
el partido hasta ese momento había observado que los naranjas estaban mejor
dotados técnica y físicamente, y no habían abierto el marcador de casualidad,
tres pelotas que rebotaron en los palos decían que les faltaba un poquito de
suerte para llegar al gol.
Pero los rojos incentivados, sacaron fuerzas de todos lados y los desbordaron y
en una jugada de peligro un larguirucho defensor naranja como último recurso
cometió penal, no tuvo dudas y cual un experto y enérgico referee señaló el
punto del tiro penal. Había que inspirar respeto, no podía dirigir si afloraba
un solo sentimiento de lástima o misericordia. Dejando de lado todo eso de los
escrúpulos, no existía razón para perdonar ese penal. También pensó que para demostrar
su amplio conocimiento del reglamento debería expulsar a ese joven aplicando la
ley del último recurso. Pero los hechos se sucedieron sorpresivamente. Un
tumulto de gente lo rodeo, demasiada tensión acumulada en tan poco tiempo.
Entonces sintió decir:
-¿Qué cobras hijo de p…?
-Penal y no me insulten, sino saco la
tarjeta roja y hago estragos, los expulso a todos – respondió levantando la voz
envalentonado. De ahí en adelante no vio nada más, empujones, escupitajos,
patadas en los tobillos, tiradas de pelo, una revolcada por el piso y asustado
en cuanto se levantó de esa incomoda polvareda de tierra, tiró el silbato y
salió corriendo.
Algunos amagaron perseguirlo, pero a
los veinte metros luego de tirarle algunas patadas voladoras se quedaron
estáticos y riendo. Mientras huía giraba su cabeza y a rabo de ojo observó a
los jugadores del equipo rojo quienes en lugar de defenderlo o por lo menos
separar para que no lo agredieran estaban de amable tertulia con Yanina y sus
amigas.
Cruzó el Arroyo del Rey, con sus piernas casi flaqueándole, y los ojos
sobresaltados. Con su mano derecha se persignó trazando rápidos cruces en el
aire. En su andar vulgar y anodino desempolvó su ropa y murmurando entre
dientes moviendo la cabeza se recriminó quien lo mandó a dirigir un partido de
fútbol. Nunca falta un imbécil que pasa de frente y pregunta:
- ¿Qué le pasó maestro?.
- Nada, gracias, solo me caí en la
tierra, ya estoy bien…- respondió y siguió su camino.
Seguía pensando que nació en la época equivocada. Era importante que algún día
esos jovencitos vehementes que no tenían el mínimo respecto por la experiencia
sintieran el peso del poder y una mano fuerte.
El natural camino estaba cubierto de
una arboleda que dentro del parque generaba especialmente vida, no sólo de aves
con su hábitat en las ramas, si no de los humanos que absorbían al pasar por
allí oxigeno puro y el aroma de los inquietos pinos, alerces, castaños,
abedules, y robles en su lento o raudo andar.
Arribó a la pista de atletismo que circundaba una cancha de fútbol en su parte
central. Había un match de fútbol femenino, muchachas de unos dieciséis años
corrían detrás de una pelota de cuero. Imagino sería un campeonato colegial,
pues lucían camisetas de distintos colores. Hizo un respiro y se sentó en el más
alto de los cinco escalones que tenían unas gradas de adoquines y comenzó a
mirar como corrían las chicas. Dirigidos por un árbitro “profesional” vestido
de impecable uniforme negro. Trataba de conservar su buen humor a pesar de la
imbecilidad reinante. No era fácil requería mucho autocontrol aunque era
interesante ver a las niñas pegarle fuerte la pelota, eludir rivales con
simples amagues y por supuesto el desaire de los yerros de algunas. Nunca había
visto tantos jugadores tan distintos en juego, en fin nunca había visto tantas
mujeres jugar al fútbol. Por otro lado se notaba el amateurismo que predominaba
pues los estados físicos de algunas eran realmente deplorables: había gorditas,
flacas altas medias escuálidas, otras retaconas de piernas musculosas y tres o
cuatro solo cumplían con los requisitos de haber trabajado sus cuerpos con
ejercicios físicos desde pequeñas.
Ante semejante entusiasmo más de alguna jugada de gol llegó a suceder, pero las
chicas al ser tan toscas lo único que lograron en un momento fue lesionar al
referee. Sucedió en un encontronazo en el área aunque gran parte de la culpa
era de él, al no prever la impericia de las mismas. Quedó tendido en el piso al
chocar con la defensora más robusta, calculaba que ella pesaría unos cien kilos
y no tenía buena referencia de las distancias. El pobre árbitro estaba tan pero
tan dolorido que lo debieron llevar a la enfermería. Trataron de jugar sin
arbitraje pero les resultaba inútil, siempre había una disputa. Hasta que
alguien dijo pidámosle al señor que está sentado en la tribuna que colaboré.
Si, dijo cínicamente uno de los jugadores que lo agredieron del otro partido,
ese señor lo vi dirigir muy bien. Afirmando. Yo lo vi muchas veces. Ante
tamaños elogios destacando sus virtudes deportivos no pudo negarse. Y ahí
estaba, como un pavo real olvidándose el incidente anterior y corriendo como un
gamo marcando infracciones a troce y moche.
Realmente se había recibido aunque
más no sea de árbitro de fútbol femenino. Y bueno se decía para adentro el que
sabe, sabe y el que no es político. Iban dos a dos y faltaban cinco minutos. Se
produjo un córner, era una situación de peligro, el equipo atacante envió a
todas sus chicas a cabecear el centro que supuestamente la pelota caería
llovida en el área chica, por supuesto las defensoras trataban de bloquearlas y
en ese amontonamiento se puso a separar para no producir roces. Como la robusta
defensora chocaba con sus rivales no tuvo mejor idea que decirle algo que le salió
sin querer toda una frase discriminatoria: a ver si bajas un par de kilos
gordita. Esto produjo la inmediata represalia de la misma que vengativamente
gritó: me tocaste el culo degenerado de mierda. Yo, solo separé, se limitó a
responder. Yo lo vi y fue con la palma de la mano abierta. Dijo otra compañera
que escucho su frase. Quiso arreglarla y fue peor. Pero, si toque a alguien fue
sin intención. A medida que retrocedía, le quitaron una zapatilla y rompieron
su remera, ya no solo un equipo lo perseguía ahora eran los dos equipos con el
agregado de las madres que habían concurrido de espectadoras. Corrió como si
fuera la última vez, si lo agarraban estas lo arañarían todo cuando luego de
estar a una prudencial distancia. Las niñas le mostraban su zapatilla a modo de
trofeo. Lo único que se le ocurrió fue señalarles con el dedo medio hacia
arriba un saludo que fue respondido con insultos de toda calaña recordando a su
madre.
No había asomo alguno de coherencia en sus paraísos terrenales de angustia y
desazón. Oscura suerte que lo conducía a un destino impenetrable. Cuando ponía
el pie en el suelo un ligero cosquilleo lo hacía reír mientras se dirigía hacia
su casa caminando lentamente pues rengueaba por la zapatilla que le faltaba. Se
recriminó ya en voz alta quien lo había mandado a dirigir partidos de fútbol en
esas condiciones, la próxima vez, si se decía retomar el referato lo haría con
custodia policial como un profesional. Algunos miraban su pie y él les inquiría
en tono desafiante. ¿Y vos qué mirás? Cruzando al avenida Frías sintió que lo
llamaban desde un automóvil:
- Eh, Mario Marcelo, date vuelta
¿Para dónde vas? Era Luis, el fabricante de zapatillas. Al ver una persona
conocida lo saludo efusivamente en busca de protección.
- Hola Luis- y rápido subió al vehículo.
- ¿Qué te ocurrió hombre? Has perdido
una zapatilla.
- Eso me pasa por entrometido, a unos
niños se le cayó la pelota en el arroyo Del Rey y no tuve mejor idea que ir a
rescatarla, como había quedado trabada en una piedra en el medio del curso de
agua, traté con una rama larga de atraerla y cuando me acerque a la orilla,
trastabille, saliéndoseme la zapatilla y para mi mala suerte cayó al medio del
arroyo que corría con una turbulencia tremenda, así que lo único que me quedó
hacer fue levantar mi mano y despedirme de ella.
- No te hagas problemas, vamos a tomar unos mates a casa y te doy un par de las
que fabrico.
Luis vivía solo, había nacido en
Argentina pero siempre fue un buscavida, tenía un poco más de cincuenta años y
en su haber tres matrimonios, seis hijos todos ellos en el exterior. Estaba
probándose un par de zapatillas y en plena sesión de mates cuando sonó el
timbre.
Debe de ser Laurita, una amiga, quedate con ella vuelvo en un rato - dijo
Luis y no más era Laurita un pimpollo de 20 años exuberante. Mario Marcelo
olvido todo lo ocurrido en el parque al ver semejante bombón.