miércoles, 8 de noviembre de 2023

Mario Marcelo, una historia Argentina, futura miniserie


 

   Mario Marcelo, el día que llegó a cumplir los treinta y cinco años decidió ejercer un importante cambio en su vida. Suprimir el vicio del juego luego de haber concurrido diariamente a la sala lúdica durante cinco años, por fin recobró su ansiada libertad. Hoy en día podía entrar y salir del negocio que le dejó su padre, a su antojo sin que los empleados guiñándole un ojo le dijeran:

- Cualquier problema, lo buscamos en la sala de Bingo, "jefe".

    El médico clínico naturista quien le compraba discos compactos de música clásica le dijo que estaba totalmente recuperado y la psiquiatra que también le compraba películas aducía que nunca estuvo enfermo (mentalmente). Eso si, como entre sus otros pequeños libertinajes, estaba el de ingerir vino tinto en excesiva cantidad, le aconsejó que deje el vino en forma gradual, hasta llegar a una cantidad aceptable para que su organismo no se intoxique. Pero él, ha sido más radical aún: no beberá ni una sola gota de ese oscuro y perverso brebaje, y según había propagado a los cuatro vientos no lo hará nunca más. Será un completo abstemio. Se lo prometió a su primo Eduardo con la condición de que le sacara de encima a Luisito y a Santiago, (jugadores compulsos que venían todos los días a la hora de cierre y a veces no se sabía cuál era cual) y que no se publicará nada referente a su vida de jugador en la revista Sudestor.


  A propósito, la revista literaria Sudestor del mes de noviembre estaba al salir y le alcanzó a Paco varios cuentos que bajó del blogs poética.com.ar Sabía que no estaba bien lo que hizo, porque no se debe publicar algo sin la aprobación de su autor, pero no sabía cómo, ni tenía tiempo para ubicarlos y eran de lo mejor que había en la red. En la sección biografías, pocos eran los que ponían su nombre y apellido real. No sería un plagio, pero sería conveniente en una revista colocar el nombre verdadero que un simple seudónimo. De cualquier manera era una revista intelectual de tendencia anarquista y alcance nacional distribuida solamente en todos los kioscos de diarios de Argentina aunque podían participar autores de todo el mundo. Parece que estaba en período de impresión. No preguntaba mucho, porque le decían que no tenía derecho a hacerlo al no figurar en el staff de colaboradores.

    Igualmente Paco, que es inferior a él, cuidaba que no se enterara de nada y Jorge después que le hizo la corrección de estilo de su novela lo miraba de costado y teniendo una visión egoísta no le perdonaba el haber publicitado en el diario Clarín, y no haber cooperado con ellos, comprando un gran espacio de publicidad en la revista para publicitar la novela “El día amaneció gris”.

    Su primo, a pesar de todo, lo apreciaba, aunque él a veces pensaba que era por la promesa que le hizo a su madre, antes de morir y además se daba cuenta que estaba muy solo y trataba de acercarlo al grupo de la revista pero Mario Marcelo por todo lo que le ocultaba Paco se negaba a hacerlo.

    Realmente librado ahora de esas adicciones le sobraba bastante tiempo, todos los días se iba a caminar y hacer gimnasia al parque de Lomas de Zamora, con la ilusión de mejorar su estado físico, deteriorado en estos últimos cinco años de vida sedentaria. Una mañana antes de cruzar el puente del Arroyo del Rey camino que conducía a la pista de ciclismo reconoció a Pedro el profesor de gimnasia, quien no pudo disimular una amplia sonrisa cuando lo vio y lo saludó acercándose rápido, diciendo:
--UD. tiene un cuerpo especial para el trabajo físico—y agregó,--pero antes debería que hacerse un pequeño chequeo médico y así sabrá a que atenerse.
Le recomendó la clínica "Cureta" propiedad de un amigo, en dos mañanas que debió concurrir en ayunas le hicieron todo tipo de análisis, radiografías, tomografías, resonancias magnéticas y otros estudios. La tercera mañana le dieron el resultado y según los expertos parecía no ser muy satisfactorio:
Sistema Óseo: Osteoporosis artritis, artrosis.

Aparato respiratorio: Asma, tabaquismo crónico.

Aparato cardiovascular: Hipertensión, colesterol.

Sistema nervioso: Irracionalidad continua.

Aparato digestivo: acidez gástrica.



Lo raro es que él se sentía muy bien, continuaba caminando bastante tiempo en sus secciones de parque Lomas. Le parecía extraño todo eso, no es que desconfiara, pero esos dos estafadores le querían sacar dinero. Pues cuando recibió los resultados el profesor y el médico primero cuchichearon y luego poniendo cara adusta, dijeron que no se hacían responsables por su vida e insistieron en que se acomodara en una silla de ruedas y lo acompañaron a la salida.
Pensaba que con tanto chequeo físico el profesor de gimnasia no iba a conseguir muchos clientes.


Pasados unos quince días, esa mañana, cansado de la gente, con el rostro serio y la sangre alborotada, y una ansiedad brutal de hacer cosas. Lo mejor fue ir nuevamente al parque Lomas a caminar para relajarse y pensar, pues no podía ser cualquier cosa, tenía que ser algo trascendente, algo que dejara su marca, por los siglos de los siglos. A veces pensaba lo difícil moverse en este mundo y había nacido en el tiempo equivocado. Era un hombre de la Iglesia Apostólica Romana, vaticanista, diría más un hombre nacido en la época del Renacimiento.
Y ahora estaba aliviando su peso (había perdido un kilo novecientos gramos), a veces iba trotando y otras caminando, cruzó el puente del Arroyo de Rey y entró a la pista de ciclismo, en el medio existían dos canchas de fútbol grandes. Se detuvo un rato a mirar un partido. Eran unos muchachones de unos diecisiete años, el equipo de la derecha tenía una camiseta naranja con una v azulada en su frente, el de la izquierda una completamente roja. Los muchachos estaban entusiasmados jugando y en el fragor del juego se produjo una discusión si había falta desleal a un jugador. Buscaron una persona neutral, miraron para todos lados y lo encontraron. Sí era el único espectador.


- Maestro ¿fue falta? -le preguntaron varios de ellos
Lavándose las manos como Poncio Pilatos, respondió:


- Estaba muy lejos y no pude ver bien, mejor den un pique y listo - (fallo salomónico, indispensable para ser un buen arbitro). Raro, se pusieron de acuerdo y le hicieron caso, ahí fue cuando lo invitaron:


- ¿No quiere arbitrar? –Inspiraban confianza, así que no pudo negarse.-

-. Es que sólo soy un simple aficionado.

- Será fácil, ni protestaremos, es para ordenarnos.

- Bueno, pero con una condición dirigiré si hay un silbato, no me voy a desgañitar gritando.
Le consiguieron el silbato. Todo iba perfecto, nadie protestaba por sus fallos y tampoco había demasiado roce, cuando alguno caía, otro del equipo contrario extendía su mano para levantarlo, no había mala intención. Su siga, siga…era algo normal, no dándole trascendencia a los pequeños toques o empujones.

De pronto el arquero del equipo rojo dice:

- Miren llegó Yanina y sus cuatro amigas.

   Yanina era una joven bastante prometedora y sus amigas tendrían la misma edad de los muchachos, parecían sus compañeras de división en la escuela. Se pararon el lugar exacto para ser vistas de todos lados, la mitad del campo de juego, cerca de la línea de cal, y empezaron a bailar y a alentar tal cual las porristas, la seducción era mostrar las piernas y alentarlos con un canto:

“Dale ro…dale ro…dale…ro,

te vinimos a ver otra vez,

te alentamos con el corazón,

te queremos ver campeón…”



    Los del rojo al ver a Yanina y sus amigas mover acompasadamente sus piernas pusieron un entusiasmo increíble. En el partido hasta ese momento había observado que los naranjas estaban mejor dotados técnica y físicamente, y no habían abierto el marcador de casualidad, tres pelotas que rebotaron en los palos decían que les faltaba un poquito de suerte para llegar al gol.
Pero los rojos incentivados, sacaron fuerzas de todos lados y los desbordaron y en una jugada de peligro un larguirucho defensor naranja como último recurso cometió penal, no tuvo dudas y cual un experto y enérgico referee señaló el punto del tiro penal. Había que inspirar respeto, no podía dirigir si afloraba un solo sentimiento de lástima o misericordia. Dejando de lado todo eso de los escrúpulos, no existía razón para perdonar ese penal. También pensó que para demostrar su amplio conocimiento del reglamento debería expulsar a ese joven aplicando la ley del último recurso. Pero los hechos se sucedieron sorpresivamente. Un tumulto de gente lo rodeo, demasiada tensión acumulada en tan poco tiempo. Entonces sintió decir:
-¿Qué cobras hijo de p…?

-Penal y no me insulten, sino saco la tarjeta roja y hago estragos, los expulso a todos – respondió levantando la voz envalentonado. De ahí en adelante no vio nada más, empujones, escupitajos, patadas en los tobillos, tiradas de pelo, una revolcada por el piso y asustado en cuanto se levantó de esa incomoda polvareda de tierra, tiró el silbato y salió corriendo.

Algunos amagaron perseguirlo, pero a los veinte metros luego de tirarle algunas patadas voladoras se quedaron estáticos y riendo. Mientras huía giraba su cabeza y a rabo de ojo observó a los jugadores del equipo rojo quienes en lugar de defenderlo o por lo menos separar para que no lo agredieran estaban de amable tertulia con Yanina y sus amigas.


Cruzó el Arroyo del Rey, con sus piernas casi flaqueándole, y los ojos sobresaltados. Con su mano derecha se persignó trazando rápidos cruces en el aire. En su andar vulgar y anodino desempolvó su ropa y murmurando entre dientes moviendo la cabeza se recriminó quien lo mandó a dirigir un partido de fútbol. Nunca falta un imbécil que pasa de frente y pregunta:

- ¿Qué le pasó maestro?.

- Nada, gracias, solo me caí en la tierra, ya estoy bien…- respondió y siguió su camino.
Seguía pensando que nació en la época equivocada. Era importante que algún día esos jovencitos vehementes que no tenían el mínimo respecto por la experiencia sintieran el peso del poder y una mano fuerte.

El natural camino estaba cubierto de una arboleda que dentro del parque generaba especialmente vida, no sólo de aves con su hábitat en las ramas, si no de los humanos que absorbían al pasar por allí oxigeno puro y el aroma de los inquietos pinos, alerces, castaños, abedules, y robles en su lento o raudo andar.

Arribó a la pista de atletismo que circundaba una cancha de fútbol en su parte central. Había un match de fútbol femenino, muchachas de unos dieciséis años corrían detrás de una pelota de cuero. Imagino sería un campeonato colegial, pues lucían camisetas de distintos colores. Hizo un respiro y se sentó en el más alto de los cinco escalones que tenían unas gradas de adoquines y comenzó a mirar como corrían las chicas. Dirigidos por un árbitro “profesional” vestido de impecable uniforme negro. Trataba de conservar su buen humor a pesar de la imbecilidad reinante. No era fácil requería mucho autocontrol aunque era interesante ver a las niñas pegarle fuerte la pelota, eludir rivales con simples amagues y por supuesto el desaire de los yerros de algunas. Nunca había visto tantos jugadores tan distintos en juego, en fin nunca había visto tantas mujeres jugar al fútbol. Por otro lado se notaba el amateurismo que predominaba pues los estados físicos de algunas eran realmente deplorables: había gorditas, flacas altas medias escuálidas, otras retaconas de piernas musculosas y tres o cuatro solo cumplían con los requisitos de haber trabajado sus cuerpos con ejercicios físicos desde pequeñas.


Ante semejante entusiasmo más de alguna jugada de gol llegó a suceder, pero las chicas al ser tan toscas lo único que lograron en un momento fue lesionar al referee. Sucedió en un encontronazo en el área aunque gran parte de la culpa era de él, al no prever la impericia de las mismas. Quedó tendido en el piso al chocar con la defensora más robusta, calculaba que ella pesaría unos cien kilos y no tenía buena referencia de las distancias. El pobre árbitro estaba tan pero tan dolorido que lo debieron llevar a la enfermería. Trataron de jugar sin arbitraje pero les resultaba inútil, siempre había una disputa. Hasta que alguien dijo pidámosle al señor que está sentado en la tribuna que colaboré. Si, dijo cínicamente uno de los jugadores que lo agredieron del otro partido, ese señor lo vi dirigir muy bien. Afirmando. Yo lo vi muchas veces. Ante tamaños elogios destacando sus virtudes deportivos no pudo negarse. Y ahí estaba, como un pavo real olvidándose el incidente anterior y corriendo como un gamo marcando infracciones a troce y moche.

Realmente se había recibido aunque más no sea de árbitro de fútbol femenino. Y bueno se decía para adentro el que sabe, sabe y el que no es político. Iban dos a dos y faltaban cinco minutos. Se produjo un córner, era una situación de peligro, el equipo atacante envió a todas sus chicas a cabecear el centro que supuestamente la pelota caería llovida en el área chica, por supuesto las defensoras trataban de bloquearlas y en ese amontonamiento se puso a separar para no producir roces. Como la robusta defensora chocaba con sus rivales no tuvo mejor idea que decirle algo que le salió sin querer toda una frase discriminatoria: a ver si bajas un par de kilos gordita. Esto produjo la inmediata represalia de la misma que vengativamente gritó: me tocaste el culo degenerado de mierda. Yo, solo separé, se limitó a responder. Yo lo vi y fue con la palma de la mano abierta. Dijo otra compañera que escucho su frase. Quiso arreglarla y fue peor. Pero, si toque a alguien fue sin intención. A medida que retrocedía, le quitaron una zapatilla y rompieron su remera, ya no solo un equipo lo perseguía ahora eran los dos equipos con el agregado de las madres que habían concurrido de espectadoras. Corrió como si fuera la última vez, si lo agarraban estas lo arañarían todo cuando luego de estar a una prudencial distancia. Las niñas le mostraban su zapatilla a modo de trofeo. Lo único que se le ocurrió fue señalarles con el dedo medio hacia arriba un saludo que fue respondido con insultos de toda calaña recordando a su madre.

No había asomo alguno de coherencia en sus paraísos terrenales de angustia y desazón. Oscura suerte que lo conducía a un destino impenetrable. Cuando ponía el pie en el suelo un ligero cosquilleo lo hacía reír mientras se dirigía hacia su casa caminando lentamente pues rengueaba por la zapatilla que le faltaba. Se recriminó ya en voz alta quien lo había mandado a dirigir partidos de fútbol en esas condiciones, la próxima vez, si se decía retomar el referato lo haría con custodia policial como un profesional. Algunos miraban su pie y él les inquiría en tono desafiante. ¿Y vos qué mirás? Cruzando al avenida Frías sintió que lo llamaban desde un automóvil:

- Eh, Mario Marcelo, date vuelta ¿Para dónde vas? Era Luis, el fabricante de zapatillas. Al ver una persona conocida lo saludo efusivamente en busca de protección.
- Hola Luis- y rápido subió al vehículo.

- ¿Qué te ocurrió hombre? Has perdido una zapatilla.

- Eso me pasa por entrometido, a unos niños se le cayó la pelota en el arroyo Del Rey y no tuve mejor idea que ir a rescatarla, como había quedado trabada en una piedra en el medio del curso de agua, traté con una rama larga de atraerla y cuando me acerque a la orilla, trastabille, saliéndoseme la zapatilla y para mi mala suerte cayó al medio del arroyo que corría con una turbulencia tremenda, así que lo único que me quedó hacer fue levantar mi mano y despedirme de ella.
- No te hagas problemas, vamos a tomar unos mates a casa y te doy un par de las que fabrico.

Luis vivía solo, había nacido en Argentina pero siempre fue un buscavida, tenía un poco más de cincuenta años y en su haber tres matrimonios, seis hijos todos ellos en el exterior. Estaba probándose un par de zapatillas y en plena sesión de mates cuando sonó el timbre.

Debe de ser Laurita, una amiga, quedate con ella vuelvo en un rato - dijo Luis y no más era Laurita un pimpollo de 20 años exuberante. Mario Marcelo olvido todo lo ocurrido en el parque al ver semejante bombón.

Luis regresó a las 3 y media de la mañana y él volvió a su casa a las cuatro de la madrugada, está bien oscuro y por suerte podría acostarse antes de que aclarara, algo muy importante para sus hábitos de sueño y vigilia, si adivino el proyecto de amanecer estoy perdido, ya no podré mantener los ojos cerrados y el cansancio se me acumulará durante todo el sábado, voy a arrastrar mi cuerpo lastimoso hasta la noche y no podré disfrutar de mi tiempo libre, ya voy llegando, aprieto el paso y estoy por introducir la llave en la cerradura cuando llega a mis oídos, claramente, el primer canto de los pájaros.

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