viernes, 2 de agosto de 2019

CUENTO "EL LLORÓN DE QUEQUEN"









EL LLORÓN DE QUEQUEN

  Uno se pregunta si realmente, la gente al vivir hechos sobrenaturales queda paralizada por el miedo. En nuestra infancia nos asustaban las lloronas. Mujeres del barrio de Lanús que habían enviudado y lloraban la perdida de su consorte; cuando la viuda no tenía fuerzas para llorar, algún pariente contrataba a una llorona profesional que iba al velatorio y lo animaba dramáticamente. 
   La historia urbana que nos toca relatar forma parte de hechos desencadenados hace varios años en la zona de Quequén. Cuenta el cronista de Ecos Diarios que en 1932 aparecía un llorón en el barrio de la Herrería del señor David Rossi cercano al puente colgante. ¿Quién era el llorón? Emulando a las mujeres, los lloros comenzaban, minutos más, minutos menos, después de las doce de la noche. Algunos decían que en un accidente había perdido a su amada e hijos. Saltaba los corralones que dividen los terrenos llorando y asustando a los vecinos con su llanto. 
   Otros decían haberlo visto y aseguraban que era un hombre. Algunos en cambio testificaban que era una enorme perra. Luego de comenzar sus lloros a los diez minutos hacía llorar a todos los perros, organizando un estruendoso concierto. Llanto horroroso. ¡Hay que ver como lloraba el llorón! Era un llanto lúgubre, inconfundiblemente humano, pero tan particular y tan trágico que resultaba impresionante. 
    Una vecina contó haber recibido la visita del llorón, durante una cerrada noche en la que estaba media somnolienta, su esposo había ido a un velatorio y en ese estado entre el sueño y la vigilia en su ventana se estacionó llorándole por espacio de media hora para luego retirarse. Supersticiones y murmuraciones de los pobladores que en madrugadas cerradas se toparon con el misterioso ente. Decían que les lloró de tal manera que no pudieron más que experimentar una formidable emoción o dicho de otra manera experimentar tremendo susto. 
    También se comentaba en los comercios de la zona que era un asaltante. Pero un pésimo asaltante, pues siempre que reaccionó la victima, huyó. Y hasta algunos parece que lo tomaron a trompadas y le dieron 50 puntapiés por lo cual no es extraño que el llorón llorase con mayor motivo que nunca. 

   Luego de un paréntesis de seis años durante el invierno de 1938 reapareció más violento el llorón en Quequén.
   El pintoresco y temido personaje resurgió en el tranquilo y pujante barrio del histórico Puente Colgante. En lugares oscuros cercanos a la calle Ituzaingó la que conduce al viaducto. Se agregaba que una de esas noches fue asaltado por “El Llorón” el popular boxeador José Bracamonte, más conocido por Siki y que igual cosa le habría ocurrido al obrero portuario Madrid. Un rondín policial de tres hombres lo vio y lo persiguió alcanzando a tomarlo del saco pero se rompió y se quedaron con un pedazo de tela, perdiéndoseles de vista en los bajos del río, pues favorecido por la neblina y las sombras de la noche pudo esconderse. Se añade que atacaba a sus victimas con un palo negro pero también iba armado con un inmenso revolver. Siki se trabó en feroz lucha con el llorón logrando zafarse del temido sujeto. Se conformaba con poco, apoderándose de unos pocos pesos y aún de monedas simplemente. 

   Un grupo de carreteros le decían la llorona negra pues algunos lo habían visto ataviado con ropas de mujer y lloraba femeninamente. Su vestimenta era totalmente negra. Su contextura física era corpulenta. Iba cubierto con una capa amplia y llevaba un sombrero de grandes alas. En otros ámbitos se decía que para darse apariencia corpulenta vestía un saco negro relleno de corcho, que le serviría, a la vez, para soportar los golpes en caso de trabarse en lucha con alguno de sus asaltados Un joven fue asaltado por el llorón pero al comprobar éste que esa victima únicamente llevaba diez centavos en un gesto magnánimo que lo enaltecía se los perdonó. Al no poder silenciar los lloros, las mujeres del pueblo fueron a pedirle concejo al padre Juan, quien en una noche cerrada oyó aullar a los perros de la parroquia. Los hizo callar con gritos y logró un silencio parcial pues al rato todos lloraban de nuevo. No tenía idea de cuál era la causa de esos aullidos. Pero debía tener una respuesta para las mujeres y se le ocurrió pedirles que rezaran. La parroquia se lleno de gente para rezar para que se callaran los perros. Y en la misma misa se realizó la petición.  
   Nada daba resultado. Los aullidos duraban más o menos una hora. Pasó un mes y cada uno tenía su teoría a que se debía ese castigo nocturno. Una dijo que la sobrina de la panadera salía con un hombre casado, no podían asegurarlo pero había indicios… 
   Otro dijo que era culpa del juez de Paz pues era un hombre codicioso y parcial en sus fallos. No falto quien dijera que la culpable era una mujer que vendía su cuerpo en la ciudad de Necochea. El padre Juan consultó con el padre Francisco que vivía en Lobería, pero no logró explicación alguna. 
    El padre Juan ese domingo al dar su sermón, dijo: 
- Es un castigo de Dios porque ya no agradecemos todo lo que él nos dio. Vuestro corazón se ha endurecido y ya no interesa ni Dios ni su casa. – hubo algún murmullo – Miren hacia arriba el boquete que deja entrar los rayos solares. ¿Cuándo vimos el techo en estas condiciones? Les recuerdo que en casi un año nadie colaboró. - Dicho esto, se organizó una kermesse y se reparó el techo. Mucha gente regresó a misa convencida que los lloros era culpa suya. Otros lavaron su conciencia con donaciones. 

    Oh milagro, luego de ese hecho como si se hubiera esfumado cual fantasma jamás se escucharon lloros de este personaje. Y para que no regresen por las dudas recen….

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